Mi encuentro con Carlucho

Es increíble que, a veces, por ser tan cotidiano, tan cercano, las personas no nos damos varedero-carluchocuenta del valor de otras que caminan por nuestro lado, de prisa o sin el menor de los apuros, pero son dueños absolutos de una obra que trasciende por su calidad estética, entre tantos valores que hacen de un creador artístico consagrado.

Eso me pasó con Carlucho, Carlos Vega,  fotógrafo y pintor a quien se extraña  en Varadero porque siempre fue compañía agradable de muchos y su figura quijotesca le dió un toque diferente a lugares tan concurridos como la otrora Casa de la Cultura Los Corales y la cafetería del cuchillo de la Calle 30 que le ofreció su último café acompañado de aquellos cigarros que hacían cola para encenderse, uno tras otro, mientras afloraban anécdotas de sus labios.

De Carlucho se ha hablado mucho, no faltó incluso el «celo» ante una obra intensa donde el blanco y negro, el juego con las luces y las sombras y los grises atrapan con una sensualidad que convierte en cómplice al público.

Yo me tropezaba con él en cualquiera de las aceras de Varadero, ya fuera paseando a unos perritos o con ese andar calmado, cigarro en mano y esa aura intelectual que convidaba a mirarlo y darle un saludo, como si nos conociéramos de siempre, aún cuando solo nos cruzábamos los buenos días o las buenas tardes.

Todo esto cambió el día que convidé a mi hijo a caminar, sin rumbo definido, por la avenida primera del balneario y entramos a la Galería Arte, Sol y Mar, de la calle34. Allí estaba sentado Carlucho, conversando con las muchachas de la galería, haciendo cuentos que solo ellos entendían, evidentemente riéndose de sus maldades.

Mi hijo y yo recorrimos la instalación observando la muestra del mes. El niño me decía, «mamá a mi me gusta mirar los cuadros desde el centro porque si te fijas bien a partir de ahí descubres muchos secretos», esa teoría la conserva hasta hoy, cuando aquello tendría unos siete u ocho años.

De momento, en el instante en que mirábamos unas fotos de una negra desnuda, embarazada,  soltando una paloma blanca, Carlucho se nos acercó y me dijo: «le gusta la foto?» Le respondí que sí, sobretodo por lo impactante del contraste y porque me era familiar el rostro de la modelo.

Él se rió y me dijo, piense, piense y la recordará. Tiempo después descubrí debajo de aquel sombrero a Ivón Cervantes, otra figura emblemática en Varadero. Pero noté que quería decirme algo y le conminé: «usted quiere decirme algo» y, para mí sorpresa, me contestó: «No, es que señora usted, usted está…cómo decirle…usted es…caramba -y se apretaba las manos. Yo lo miraba con atención hasta que, de golpe, exclamó: es que está maciza…usted es un roble!!

Estallé en risa y le dije: «sí, eso siempre he sido un roble, jajaj, eso siempre me han dicho»

Y Carlucho con el mayor desenfado, creo que hasta calmado, concluyó: «ah, qué bueno que usted lo sabe.»

Me reí muchísimo ese día al recordar su torpeza al tratar de definirme y desde entonces cada vez que nos cruzábamos nos dábamos los buenos días o tardes pero con la certeza de conocernos.

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