El Guatifó de Varadero

imagesAsí llamábamos  los vecinos más cercanos al Cata, un hombre que dejó muchas anécdotas  en la zona de Varadero-Cárdenas, en la provincia cubana de Matanzas. Creo que el apodo se lo puso él mismo y así cerraba cualquier conversación en su favor o en contra, le daba igual.

De profesión carpintero, presumía de ser uno de los primeros que se asentó en el balneario  de Varadero, después del triunfo de la Revolución y, según narraba, había que contar con él cada vez que se hacía algo en una carpintería hasta que tuvo un accidente de tránsito y una pierna le quedó maltrecha. Ese momento lo recordaba con dolor porque, según él, «era un mulato de salir y las mujeres le hacían cola».

Para mortificarlo, le decía y «a partir del accidente fue que te convertiste en el tremendo informal que eres» a lo que se apresuraba en responder: «na, el Guatifó siempre fue así y asi me voy a morir».  Con la mayor naturalidad del mundo, al punto que para él era una gracia  no cumplir un compromiso.

Recuerdo una vez que el Jefe de la Policía en aquel entonces, le encargó un juego de sala para su casa, pagó un dinero anticipado por el trabajo, fue varias veces a ver cómo iba la encomienda y el día que el Cata le dijo fuera a recogerlo,  cuando el hombre llegó ni muebles ni el Cata por todo eso. Le montó una guardia tremenda y el viejo se le escondió hasta que el timado lo dejó por incorregible “porque se iba a desgraciar y no valía la pena”.

En otra ocasión le dieron a reparar unos sillones y cuando el dueño fue a recogerlos se encontró con la cara fresca del carpintero que le dijo: “figúrate tú, mijo, te demoraste, me hacía falta el dinero y vino alguien y me ofreció lo que necesitaba y se los vendí”. Nunca había visto llorar tanto a un hombre, de la impotencia. Miraba al Cata y le decía: “tu te salvas porque estás todo jodío, por eso tu te salvas, te lo juro por mi madre”.

Y, entre tantas, la peor  fue cuando vendió la cama de unos novios que le entregaron la madera para la pieza. La pareja no se ocupó de darle vueltas, tenían muchas cosas de qué ocuparse y confiaron. El día antes de la boda fueron a buscar su lecho de amor y el Cata, muerto de risa, les dijo: “Ah, yo pensé que ustedes se habían peleado y cogí la madera para resolver algunas tareitas” En esta ocasión la cosa si se puso fea, el muchacho se fue y retornó con un machete para matar al Cata quien se mandó a correr con su pierna a rastra y desde la ventana se reía y le decía: uyyy, uyyy,  mira  como llora la Magdalena!!  Créanme que si no es por los vecinos que aconsejaron al muchacho que no se desgraciara la vida, esa hubiera sido su última desfachatez.

Ahora, en frío uno recuerda todas las anécdotas del Cata y aunque se ríe, porque en verdad era simpático, se horroriza de cómo jugaba con la gente y se exponía. Pero, ¿les digo algo? Ninguno ha sido más recordado en el barrio y nadie le guarda rencor, al contrario, lo pensamos con amor y para censurarlo lo único que decimos es: “el Guatifó era del caraj” y nos reímos.

Acerca de regla7

Soy una cubana que ama su país y necesita estar rodeada de buenas personas.Amo la sinceridad y la lealtad
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